EL CASTILLO DE LOS DUQUES
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Esta torre de aspecto inexpugnable y estructura cilíndrica lleva plantada aquí desde que el obispo Gutierre Álvarez de Toledo recibió la localidad en recompensa a los servicios prestados por su familia. Casi de inmediato se aplicó en construir aquí una poderosa fortaleza que le permitiera gobernar con independencia sus nuevos territorios y cuyo resto más significativo en la actualidad es la torre que ves: una auténtica caja fuerte construida para durar y aguantar dentro de ella lo que hiciera falta. Se alza sobre la parte más elevada de Alba dominando con largueza el valle del Tormes. De hecho, las vistas que se ofrecen desde lo alto son uno de los principales atractivos de su visita.

Con el paso de los años, las siguientes generaciones no perdieron la oportunidad de ampliar, cambiar o mejorar las dependencias de aquel castillo que, poco a poco, se fue transformando en palacio. Sin embargo, fue el III Duque, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, quien dio el empujón definitivo para que acabara convertido en un auténtico palacio renacentista, sede de una corte que profesaba el mecenazgo, con gran interés por las artes y las letras. De su mano el edificio se engalana con los mejores mármoles, pinturas y tapices mientras que por sus salas desfilan notables figuras del Siglo de Oro. Ejemplo de ello son los magníficos frescos renacentistas que adornan su sala de la Armería, una de las pocas muestras de este estilo que pueden verse en España. Fueron pintados por Cristóbal Passin y su hermano Juan Bautista entre 1567 y 1571.

Los vaivenes sufridos durante la Guerra de la Independencia, que incluyeron su voladura para evitar que se atrincheraran las tropas francesas, y el deterioro debido a un progresivo abandono dejaron la torre como único vestigio de aquella construcción.


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